Qué pasa en Siria: cayó el Gobierno y con él 53 años de poder absoluto de los Al Assad
Dos crónicas son posibles para contar el final del poder absoluto con el que la familia Al Assad gobernó más de medio siglo Siria, una de las principales potencias en Medio Oriente. Por un lado, el análisis geopolítico de alianzas cruzadas y cambiantes que permitió la permanencia del poder de Bashar Al Assad durante más de una década de guerra civil desde 2011 -y que hoy parece haberse evaporado- abren un escenario futuro incierto para la cohesión interna de ese país. Por otro, están las historias de los sirios que festejan en las calles, ilusionados por lo que vendrá y embanderados detrás de una misma y unívoca promesa: «libertad»; o los que acaban de ser liberados de prisiones tristemente famosas por sus historias de tortura y deshumanización, y se reencuentran con sus familias, algunos después de décadas encerrados.
Son las dos caras del fin de una etapa que comenzó en los años 60 con golpes de Estados y el ascenso al poder del partido Ba’ath y de Hafez Al Assad, padre del presidente que escapó del domingo a la madrugada de Damasco, la capital, con destino a Rusia, donde recibió asilo junto a su familia, según agencias estatales rusas. No fue una etapa marcada por una apertura democrática real, ni hace 53 años, cuando asumió Hafez con un golpe de Estado, ni hace 24 años, cuando Bashar asumió tras la muerte de su padre. No, siempre estuvo marcada por un principio político que suele primar en Medio Oriente, incluso cae bien entre las potencias mundiales que de la boca para afuera reclaman democracia y respeto a los derechos humanos: control absoluto del país, aún a sangre y fuego, para garantizar estabilidad y proyectar poder en el mapa de alianzas de una de las regiones más convulsionadas del mundo.
De una larga guerra civil al derrrumbe final
En 2011, la región estaba siendo sacudida por revueltas populares que se conocieron en todo el mundo como la Primavera Árabe. Por primera vez en décadas, la gente salía a la calle en grandes números y desafiaba la represión segura con la que habían mantenido a rajatabla a las sociedades gobiernos que se mantenían en el poder durante décadas, algunos fingiendo elecciones en las que obtenían más del 90% de los votos, pese a tasas altísimas de pobreza y el creciente descontento social. Primero cayó Zine el Abidine Ben Ali en Túnez, luego Hosni Mubarak en Egipto y le siguió Ali Abdullah Saleh en Yemen.
Estas revueltas exitosas contagiaron el entusiasmo en el resto de la región: Libia, Bahrein y también le llegó el turno a la Siria de Al Assad. En la Libia de Muammar Gadafi, la represión de las protestas devino en una guerra civil en la que la OTAN se metió de lleno. El país, clave en la producción mundial de petróleo, sigue siendo al día de hoy un caos, sin un poder estatal que controle todo el territorio. La represión al intento de Primavera Árabe en Siria también desató una feroz represión estatal pero Estados Unidos y Europa no se animaron a entrar directamente en ese conflicto. Sí apoyaron eventualmente a los militares y milicias rebeldes que decidieron dar pelea. Así comenzó la guerra civil siria.
Duró más de una década y hubo momentos en que parecía que Al Assad iba a perderla. Pero dos aliados internacionales cambiaron la balanza de poder militar: Rusia e Irán (y con este último, también la milicia libanesa Hezbollah). Entre 2015 y 2020, Moscú fue el gran ganador: sitió, junto con milicias apoyadas por Irán, los principales bastiones de la heterogénea oposición (apoyada a su vez por las potencias occidentales, Turquía y los países del Golfo, según el grupo), los ahogó, masacró y finalmente, salvo algunas excepciones, fue recuperando el control de la mayoría del territorio para Al Assad.
Este escenario cambió dramáticamente hoy. Hace 10 días exactos, el mundo se sorprendió cuando una milicia islamista apoyada por Turquía y que es heredera de un grupo que hace años había roto con Al Qaeda, Hayat Tahrir al Sham, tomó la segunda ciudad más importante del país, Aleppo. Durante la guerra civil, la batalla por Aleppo había sido larga, cruenta, inhumana. Esta vez duró horas. Las fuerzas del Ejército y aliados se retiraron ante la llegada de los rebeldes. No hubo oposición.
La sorpresa no cesó. Las milicias siguieron avanzando sin freno hasta llegar el sábado a la noche a Damasco, la capital y uno de los pocos bastiones de Al Assad que nunca estuvieron bajo riesgo real de caer en manos opositoras durante la guerra civil. Medios internacionales informaron de algunos combates y tiroteos, pero la realidad es que no se vio una resistencia armada real de las Fuerzas Armadas y de los aliados iraníes, que sabían que si caía la capital, caía el régimen. Cayó, miles de sirios salieron a las calles a festejar, irrumpieron en el Palacio Presidencial y tiraron abajo todas las imágenes de Al Assad y su padre que encontraron a su paso, y también ocuparon la embajada iraní y la saquearon.
Al Assad se quedó sin aliados
Tras la toma de Aleppo por los islamistas, el gobierno de Al Assad y sus aliados internacionales se movieron rápido para frenar lo que consideraban era una ofensiva puramente orquestada desde afuera del país. El canciller iraní, Abbas Araghchi, visitó Turquía el martes pasado para intentar convencer al gobierno de Recep Tayyip Erdogan de negociar. Medios turcos dieron a entender que el encuentro terminó irritando a Erdogan ya que los iraníes no habían llevado una propuesta de Siria. De ahí, Araghchi se fue a Moscú.